Una vez pasada la Celebración de la Natividad de Jesús, quiero exponer ante vosotros un escrito -que encontré hace algún tiempo en un foro de Inernet-, y que en estos días cobra gran actualidad y nos permitirá reflexionar. Durante estos días he tenido la ocasión -durante comidas y cenas familiares y de empresa de Navidad-, de comentar con mucha gente, el porqué Ama u Odia la Navidad. Por si no había tenido bastante... hoy en la radio, en un programa de máxima audiencia proponían la participación de los oyentes bajo la siguiente cuestión: ¿Porqué odia Ud. la Navidad? Me ha parecido muy triste, la poca pluralidad del medio. La cantidad de llamadas ha sido bastante elevada y creo que la respuesta a ese hecho, no es fácil, pero tampoco tan difícil...
Hogares sin Dios
No llego discernir si es por causa de los cambios tecnológicos tan rápidos, o por la crisis de valores morales que vive nuestra sociedad -o por ambas causas-, que el número de familias divididas, de suicidios y violaciones se hayan incrementado de manera geométrica en nuestra sociedad.
Intuyo, por mi experiencia pastoral, que nos hemos olvidado de Dios, único catalizador de principios morales y de una ética humana. Estamos constatando este triste hecho cada vez más: “hogares sin Dios”. Ante esta innegable realidad, te invito a caer en la cuenta del terrible alcance de esta frase, perdón, de este hecho: hogares sin Dios.
Dios: el gran ausente
Me refiero al hogar moderno de hoy: hogares donde está todo presente, menos Dios. Hogares cómodos, con todos los requerimientos que ofrece hoy en día la sociedad de consumo: comida buena y abundante; armarios atiborrados de buena ropa y zapatos. Buena biblioteca, computador, enciclopedias en CD-ROM, Internet. Ciencia, inglés, libros, revistas, TV, cable, VHS, DVD, equipos de sonido y una buena colección de música selecta. Los mejores colegios y universidades para los hijos –que se merecen lo mejor–. Vienen luego los deportes y el esparcimiento, que no pueden faltar en una “buena” familia.
Pero, al mismo tiempo, hay una ausencia impresionante de todo lo religioso, sin que parecieran darse cuenta el padre y la madre. Ya no cuelgan imágenes religiosas de las paredes, ni del pecho de sus hijos. Las medallas cristianas se reemplazaron por signos del zodiaco, cuarzos, figuras egipcias u otros amuletos. No aparecen libros espirituales por ninguna parte. Escasamente una Biblia de lujo, regalo matrimonial de una tía beata, empolvada y dormida en un discreto rincón de la casa.
No se va a misa desde hace ya varios años. Los pretextos son infinitos. No se reza ni a la mañana ni al atardecer. No se habla de Dios ni con Dios.
La consecuencia es el fracaso
¿Huyó Dios de nuestros hogares? O, más exactamente, ¿lo hicieron desaparecer todos esos aparatos, intereses y preocupaciones? Si se les pregunta si creen en Dios, por supuesto que la respuesta es afirmativa. Si son católicos, dirán «por supuesto que sí», añadiendo que “apostólicos y romanos”. Pero ahí va el pero que no suele faltar: «no somos rezanderos, ni somos fanáticos, ni vamos a misa porque...» y se toma cualquier disculpa –como los sermones largos y aburridos del cura, de hace quince o veinte años, anoto yo, porque eso o más, hace que no pisan una iglesia. Este es el hecho cierto, generalizado y lamentable. ¡Hogares sin Dios!
Estos hogares ya no forman grandes hombres, políticos notables, ciudadanos comprometidos. No pasan de producir gente mediocre, profesionales egoístas que no piensan más que en su profesión y en su bolsillo. Crean hijos incapaces de amar, del sacrificio por la persona amada y por lo tanto cantidad de matrimonios jóvenes fracasados.
La causa del problema
Cuando me buscan parejas sobre un conflicto agudo que surgió entre los dos o en la familia, o sobre un hijo drogadicto o ladrón, o una hija adolescente embarazada, mi pregunta es siempre la misma y lamentablemente la respuesta que obtengo también es la misma y que no deseo escuchar: Y, ¿cómo anda la vida de fe en la familia? Algunas parejas hasta se sienten ofendidas por la pregunta y hasta piensan que no tiene nada que ver con el desmoronamiento familiar que están viviendo. Piensan que estoy cambiando el tema o desviándolo a asuntos secundarios: En el colegio de monjas o curas –que tanto nos cuesta–, les hablan de Dios. Nosotros no tenemos tiempo.
Y lamentablemente, lo quieran reconocer o no, allí se encuentra la causa original del problema. Irónicamente, gastamos una fortuna para que nuestros hijos tengan lo mejor en alimentación, ropa y educación, pero descuidamos de lo que se nutre su alma. Desinfectamos vasos y cubiertos para que nada contaminado entre en su aparato digestivo, pero no hacemos lo mismo con los programas de televisión o páginas de Internet que visitan y que entran a su corazón y espíritu.
La decisión es tuya
Queridos padres, de nada sirve una educación de “ISO 9002”, de la que salen nuestros hijos muy bien informados pero en realidad poco formados. El colegio y la universidad les darán la información que necesitan para triunfar en el mundo laboral. Lástima que sea corta para impedir sus fracasos en el campo sentimental, afectivo y familiar.
Decía nuestro Señor Jesucristo, con fuerte voz profética: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?” (Mc 8,36). Hoy podemos parafrasear ese texto y decir: “¿De qué le sirve a un hombre triunfar en su profesión si fracasa en su hogar, con su propia familia?”.
No, queridos hermanos, no busquen causas exógenas para tratar de explicar el desmoronamiento de nuestras familias, y menos aún le echemos la culpa a Dios. Él fue el gran ausente en nuestras familias, no porque Él lo haya querido, sino porque nosotros lo expulsamos de ella.
“Mira, yo estoy a llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Ahora, la decisión es tuya. ¿Le abrirás la puerta? ¿O le seguirás culpando por los fracasos en tu familia sin darle la oportunidad de entrar?
Tienes que escoger: si sigues teniendo un hogar sin Dios, o lo invitas a tu casa.
Escrito por Carlos García Llerena. (11/10/2006)
No llego discernir si es por causa de los cambios tecnológicos tan rápidos, o por la crisis de valores morales que vive nuestra sociedad -o por ambas causas-, que el número de familias divididas, de suicidios y violaciones se hayan incrementado de manera geométrica en nuestra sociedad.
Intuyo, por mi experiencia pastoral, que nos hemos olvidado de Dios, único catalizador de principios morales y de una ética humana. Estamos constatando este triste hecho cada vez más: “hogares sin Dios”. Ante esta innegable realidad, te invito a caer en la cuenta del terrible alcance de esta frase, perdón, de este hecho: hogares sin Dios.
Dios: el gran ausente
Me refiero al hogar moderno de hoy: hogares donde está todo presente, menos Dios. Hogares cómodos, con todos los requerimientos que ofrece hoy en día la sociedad de consumo: comida buena y abundante; armarios atiborrados de buena ropa y zapatos. Buena biblioteca, computador, enciclopedias en CD-ROM, Internet. Ciencia, inglés, libros, revistas, TV, cable, VHS, DVD, equipos de sonido y una buena colección de música selecta. Los mejores colegios y universidades para los hijos –que se merecen lo mejor–. Vienen luego los deportes y el esparcimiento, que no pueden faltar en una “buena” familia.
Pero, al mismo tiempo, hay una ausencia impresionante de todo lo religioso, sin que parecieran darse cuenta el padre y la madre. Ya no cuelgan imágenes religiosas de las paredes, ni del pecho de sus hijos. Las medallas cristianas se reemplazaron por signos del zodiaco, cuarzos, figuras egipcias u otros amuletos. No aparecen libros espirituales por ninguna parte. Escasamente una Biblia de lujo, regalo matrimonial de una tía beata, empolvada y dormida en un discreto rincón de la casa.
No se va a misa desde hace ya varios años. Los pretextos son infinitos. No se reza ni a la mañana ni al atardecer. No se habla de Dios ni con Dios.
La consecuencia es el fracaso
¿Huyó Dios de nuestros hogares? O, más exactamente, ¿lo hicieron desaparecer todos esos aparatos, intereses y preocupaciones? Si se les pregunta si creen en Dios, por supuesto que la respuesta es afirmativa. Si son católicos, dirán «por supuesto que sí», añadiendo que “apostólicos y romanos”. Pero ahí va el pero que no suele faltar: «no somos rezanderos, ni somos fanáticos, ni vamos a misa porque...» y se toma cualquier disculpa –como los sermones largos y aburridos del cura, de hace quince o veinte años, anoto yo, porque eso o más, hace que no pisan una iglesia. Este es el hecho cierto, generalizado y lamentable. ¡Hogares sin Dios!
Estos hogares ya no forman grandes hombres, políticos notables, ciudadanos comprometidos. No pasan de producir gente mediocre, profesionales egoístas que no piensan más que en su profesión y en su bolsillo. Crean hijos incapaces de amar, del sacrificio por la persona amada y por lo tanto cantidad de matrimonios jóvenes fracasados.
La causa del problema
Cuando me buscan parejas sobre un conflicto agudo que surgió entre los dos o en la familia, o sobre un hijo drogadicto o ladrón, o una hija adolescente embarazada, mi pregunta es siempre la misma y lamentablemente la respuesta que obtengo también es la misma y que no deseo escuchar: Y, ¿cómo anda la vida de fe en la familia? Algunas parejas hasta se sienten ofendidas por la pregunta y hasta piensan que no tiene nada que ver con el desmoronamiento familiar que están viviendo. Piensan que estoy cambiando el tema o desviándolo a asuntos secundarios: En el colegio de monjas o curas –que tanto nos cuesta–, les hablan de Dios. Nosotros no tenemos tiempo.
Y lamentablemente, lo quieran reconocer o no, allí se encuentra la causa original del problema. Irónicamente, gastamos una fortuna para que nuestros hijos tengan lo mejor en alimentación, ropa y educación, pero descuidamos de lo que se nutre su alma. Desinfectamos vasos y cubiertos para que nada contaminado entre en su aparato digestivo, pero no hacemos lo mismo con los programas de televisión o páginas de Internet que visitan y que entran a su corazón y espíritu.
La decisión es tuya
Queridos padres, de nada sirve una educación de “ISO 9002”, de la que salen nuestros hijos muy bien informados pero en realidad poco formados. El colegio y la universidad les darán la información que necesitan para triunfar en el mundo laboral. Lástima que sea corta para impedir sus fracasos en el campo sentimental, afectivo y familiar.
Decía nuestro Señor Jesucristo, con fuerte voz profética: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?” (Mc 8,36). Hoy podemos parafrasear ese texto y decir: “¿De qué le sirve a un hombre triunfar en su profesión si fracasa en su hogar, con su propia familia?”.
No, queridos hermanos, no busquen causas exógenas para tratar de explicar el desmoronamiento de nuestras familias, y menos aún le echemos la culpa a Dios. Él fue el gran ausente en nuestras familias, no porque Él lo haya querido, sino porque nosotros lo expulsamos de ella.
“Mira, yo estoy a llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Ahora, la decisión es tuya. ¿Le abrirás la puerta? ¿O le seguirás culpando por los fracasos en tu familia sin darle la oportunidad de entrar?
Tienes que escoger: si sigues teniendo un hogar sin Dios, o lo invitas a tu casa.
Escrito por Carlos García Llerena. (11/10/2006)
amarillo y negro: podréis estar más o menos de acuerdo con el autor y mi idea de traerlo a colación, pero sinceramente creo que valía la pena repescar el artículo y hacernos pensar algo... en medio de tanto estrés de compras y visitas familiares queridas y deseadas u obligadas ;) Finalmente, como dice el artículo, la decisión es libre y propia.
6 comentarios:
supongo que la palabra exacta de esas personas no es "odio", quiero creer que por algun motivo estas fiestas les deprime, conozco a varias que dicen lo mismo, pero todo se debe a recuerdos anteriores que les marcaron de forma negativa y como tampoco tienen intención de superarlo... pues se pasan unos días "chungos".
para los que no... seguid disfrutanto
felicidades
@ Xtuco, bien dices, hay mucha gente que se deprime. Se sienten solos por muchos motivos y al sabcar a Dios de sus vidas estas celebraciones las ven únicamente como materialistas y faltas de lo que carecen. Ver el lado positivo y compartir lo poco o mucho que uno tenga, así como, darse una oportunidad en la vida de ser felices... sin duda, le ayudaría!
Yo seguiré disfrutando de la Navidad en todo su explendor. Para mi representa una oportunidad nueva de ser mejor en tantas cosas...
Saludukus navideños ;)
Fíjate que a mi hijo de 6 años le da miedo ver a Cristo en la cruz, le parece muy violenta la imagen (tiene razón), y el otro día vió por accidente partes del video de Tool de la película de Gibson y casi le da una pataleta. Lo bonito es que aún cree en la Navidad y el Niñito Dios. Yo crecí sin conocer a Santa, antes los regalos los traía el Niño. Ahora a mi chavalito se los traen los dos personajes. Creo que lo tengo medio confundido,ja.
Sí tenés mucha razón en cuanto a la falta de Dios en nuestros hogares, la falta de valores es pasmosa y la tv haciendo de las suyas.... falta amor!
Pero sigo pensando que más de la mitad de los males del mundo se deben a las religiones.
Feliz Año, JB!!!!
@ Ricardo, yo desde pequeñito aprendía a amr a Jesús en la Cruz. Cuando un "amigo" da la vida por nosotros de manera tan atroz... no es para menos. También amaba al Niño Jesús, al Jesús que se enfrentaba a los mercaderes del templo y al Jesús -Paz y Amor- que hablaba con parabolas para que le entendieran las masas, el que curaba a enfermos y perdonaba a prostitutas.
El mejor patrimonio que le debo a mis padres es todo eso precisamente y hoy me sustenta más que cualquier cosa material que pueda "temporalmente" poseer.
Los niños necesitan de explicaciones a su medida. Un mal recuerdo puede traumarle para toda la vida. Disculpa por colgarte a "Santa" en blog-kalendar... ;) Tomo nota para el 2008...
Si la mitad de los males de este mundo, se deben a la mala interpretación de las religiones, te queda al menos... la otra mitad, que gracias a ellas no nos suicidamos nuclearmente de forma colectiva ;)
La base de todo es la familia, la educación en valores y especialmente en espiritualidad. Es la célula insispensable de toda sociedad equilibrada. Los que la han desequilibrado saben de ello y así maipulan más y mejor las sociedades actuales... Grrrrrrrr
Saludos "Navideños"
Siempre con Dios en mi casa, siempre...
@ Tere, y que no nos falte nunca!!
Gracias por tu esfuerzo de seguimiento... o ¿de control? ;)
Besos "controlados"
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