Durante la Segunda República Española, el Ayuntamiento de Barcelona enfocó el transporte, y el taxi en particular, desde una nueva perspectiva. Así, el 29 de julio de 1931 se hicieron públicas las Bases para la reglamentación del servicio de vehículos autotaxi en el término municipal de Barcelona, que impulsaban la creación de la Confederación de Entidades Taxistas como un elemento cooperador del municipio. Se aportaban, además, otras novedades en relación al tema tarifario, las fiestas semanales y la revisión de los taxis por parte de los inspectores municipales.
El movimiento cooperativista del taxi sustituyó la iniciativa privada y, pese a los problemas iniciales y a los enfrentamientos con las fuerzas municipales ante las nuevas normativas republicanas (la guerra de taxis), se puso fin a la competencia salvaje entre industriales y, alrededor de la Confederación de Entidades del Taxi, se vivió una de las mejores etapas del sector.
El Ayuntamiento de Barcelona aprobaba en 1932 el Reglamento General de Circulación Urbana, promovido por el regidor Jaime Vàchier, y situaba la ciudad al mismo nivel de otras ciudades europeas en materia de ordenación europea en materia de ordenación del tráfico.
El sector experimentó una envidiable estabilidad en 1934. En este año se determinó los colores únicos del taxi (amarillo y negro), hecho que eliminaba la competencia interna. Todo ello repercutió en una reducción del número de vehículos, y se garantizó el trabajo para el conjunto del sector. El movimiento cooperativo se afianzó dentro de las instituciones. La flota inició una paulatina renovación, los vehículos de la Citroën sustituyeron a los de la Hispano Suiza, Chevrolet o Studebaker.
El 1936 se decretó la colectivización de los taxis. Los conductores taxistas pasaron a ser trabajadores asalariados de la Generalitat de Catalunya y de la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), con jornales de 10 pesetas diarias o 60 pesetas a la semana, y una jornada laboral de 8 horas. Cada taxi realizaba un servicio ininterrumpido de 24 horas al día y los taxistas hacían tunos específicos y conducían coches que no eran de su propiedad. Los turnos de los 1.800 taxis en servicio se distribuían desde una central situada en la Gran Vía.
Las circunstancias derivadas de la guerra también repercutieron en el sector: la colectivización del taxi se vio afectada por la escasez de gasolina, hecho que obligó a suspender el servicio y a devolver los vehículos a los antiguos propietarios, a pesar de que muchos no se identificaron y fue preciso depositarlos en el Palau de Congresos de Montjuïc...
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